miércoles, 10 de octubre de 2012

Manuel de Lorenzo: Ni limpia, ni fija, ni da esplendor


Estoy hasta las narices de la Real Academia Española, de sus vaivenes normativos y sus recomendaciones. Me molesta que su Pleno dé el coñazo tan a menudo con constantes cambios que sólo provocan inseguridad —aunque este extremo es subjetivo—, pero lo que realmente me perturba es su desorientación. Los académicos, que a sí mismos se llaman “inmortales”, están decididos a pasar a la eternidad por las malas. Esa gente ha perdido el norte.
Este artículo no se ajustará a sus más recientes reglas sobre gramática y ortografía. Porque la RAE preferiría que en lugar del nuevo piercing de mi novia, hablase de su nuevo pirsin. Y que dijese que está sexi en lugar de sexy. Y en el fondo me da igual porque son sólo sugerencias, pero los académicos sí me prohíben ir con ella a ver El lago de los cisnes de Tchaikovsky. Nos obligan a ir a ver el de un tal Chaikovski, que ni siquiera sé quién es. En un ataque de afectación, no puedo comentar que Rothbart, el villano de la obra, es un auténtico truhán, porque es truhan el término correcto. No hay guión en el cuarto acto, sino guion. No se ofrece un catering tras el balé, sino un cáterin tras el ballet, vaya usted a saber el porqué de la discriminación. Y todo esto porque el Pleno de la Real Academia ha aprobado la última Ortografía de la lengua española con el cuórum correspondiente, puesto que el quórum es algo que ya no sirve para nada. Entenderán que a estas alturas, quien firma este artículo se niegue a pedir un güisqui.
Que sí. Que la lengua debe seguir al pueblo y no al revés. Que la RAE debe adaptar las normas sobre el castellano a lo que se habla en la calle. Pero coño, debe hacerlo con cierto criterio, porque si no, si simplemente damos por buenas y aceptadas todas las anomalías lingüísticas producidas por deformación, ¿para qué diablos sirve la RAE? ¿Para qué mantener un filtro que no filtra?
Hipérboles aparte, entiendo la lógica adopción de nuevos términos como software por su extendido uso. Comprendo —aunque me chirríe— la castellanización de otros como campin o esmoquin, porque al fin y al cabo es “española” el adjetivo que califica a “academia”. Por la misma razón puedo aceptar que nos toquen las pelotas con naderías como la sustitución de la K por una Q en Iraq. ¿Pero por qué va la Y a llamarse ye? ¿Sólo porque parte de la comunidad hispanohablante la llame así tenemos que aceptar el resto, por ejemplo, que un exceso de íes griegas sea un exceso de yes? ¿Yes? Y lo que es mucho peor: ¿debemos prescindir de la tilde diacrítica en “éste”, “ése” o “aquél” sólo porque hay demasiadas personas lo suficientemente vagas —y en el peor de los casos, necias— como para no apreciar la diferencia semántica en caso de homografía? El artículo primero de los estatutos de la Real Academia Española dice que ésta “tiene como misión principal velar por que los cambios que experimente la lengua española en su constante adaptación a las necesidades de sus hablantes no quiebren la esencial unidad que mantiene en todo el ámbito hispánico”, así que no queda otro remedio que aceptar esa aberración de “ye” como recomendación, no vaya a pensar algún insensato que se habla distinto en España y en Latinoamérica… Sin embargo, el artículo también señala que la RAE “debe cuidar igualmente de que esta evolución conserve el genio propio de la lengua, tal como ha ido consolidándose con el correr de los siglos, así como de establecer y difundir los criterios de propiedad y corrección, y de contribuir a su esplendor”. De hacer honor a su viejo lema limpiando, fijando y dando esplendor, en otras palabras. No sé a ustedes qué les parecerá, pero si aceptar que se escriba “hui” en lugar de “huí”, “fie” en lugar de “fié” o “solo” en lugar de “sólo” es difundir criterios de propiedad y corrección, que venga Arturo Pérez-Reverte y lo vea.
La Fundéu BBVA —Fundación del Español Urgente para los amigos— es una institución privada creada por acuerdo entre el Banco Bilbao Vizcaya Argentaria y la Agencia EFE para velar por el buen uso del español en los medios de comunicación, y cuenta con el insigne asesoramiento y apoyo de la Real Academia Española. Recientemente ha publicado un manual llamado Escribir en internet: guía para los nuevos medios y las redes socialesque pretende exactamente lo que propone: dar consejos a usuarios de foros y blogs en aras de la corrección lingüística en la red. O eso es al menos lo que yo creía… En realidad, propone prescindir de las tildes, de los signos iniciales de interrogación y de exclamación y de aquellas palabras que no sean necesarias para la correcta comprensión del mensaje. Señala que no es necesario el uso de artículos, conjunciones ni preposiciones cuando uno tuitea, comenta o escribe en su muro de Facebook. Es decir, viene a aconsejar a los internautas que en suswebs y redes sociales escriban como les salga de la punta del ratón con tal de que se entienda. Y todo esto con el patrocinio de la RAE, cuyo director participó además en su presentación.
Siendo prácticos, no creo que nadie vaya a consultar esta guía antes de publicar en Twitter lo primero que se le pase por la cabeza o de describir el plato de macarrones cuya foto ha tenido a bien colgar en Instagram, pero si así fuese, ¿cuál es su utilidad si lo que verdaderamente hace es permitirlo todo? ¿De qué sirve, si no sirve para nada? Únicamente es eficaz si la intención de quien acude a ella es justificar un uso incorrecto de la lengua en internet. Al fin y al cabo, si la Academia la ha dado por buena, será porque lo es. Habrá quien me diga que lo verdaderamente esencial es la eficacia de la comunicación; que no importa que se hayan usado abreviaturas u obviado las tildes si el destinatario ha captado el mensaje. Si nos vestimos es, fundamentalmente, para no ir por ahí en cueros, y sin embargo nadie se conforma con llevar un taparrabos.
Hace muchos años, en la facultad, un profesor repartió unos exámenes que indicaban en las opciones de respuesta cuáles eran las correctas. Estaba regalando a sus alumnos de microeconomía o macroeconomía —ya no recuerdo lo que impartía aquel idiota— un aprobado general. Si alguien quería mejorar su nota podía repetir el examen, pero al menos se aseguraba el suficiente. Lo que está haciendo la Real Academia Española es lo mismo. Aprobar un escenario normativo que avale la incorrección gramática y ortográfica. Hay demasiada gente saltándose a la torera las reglas que ordenan el uso de la lengua española, así que lo mejor es bajar el listón. Si son muchos los que no llegan, acomodar el nivel a su altura es más sencillo que reconocer que somos capaces de aprendernos las instrucciones de un juego de la Xbox pero no las normas de un manual elemental de lengua. Equilibremos esto a la baja y así muy pocos se equivocarán al escribir. Como en el parvulario.
Desterrar las preposiciones, las conjunciones o las tildes de una conversación entre dos amigos mantenida a través de una carta, de un email, del servicio SMS o de WhatsApp es algo que entra dentro de lo tolerable. Es probable que la otra persona no necesite confirmar la aptitud de su interlocutor. Pero en todos los demás ámbitos, la ortografía, la gramática y la sintaxis conforman elementos de juicio. Son una carta de presentación. Indicios apriorísticos de su bagaje cultural y laboral. Que la RAE quiera conceder un aprobado general y hacer caso omiso de los criterios de corrección a los que se refieren sus estatutos es bastante vergonzoso. Que su ahijada, la Fundéu, autorice el laissez faire lingüístico y que salga el sol por Antequera, aún lo es más. Sin embargo nos colocan en la tesitura de tener que decidir si seguimos sus nuevas reglas y recomendaciones o no. Si aceptamos que ahora lo correcto es escribir “sólo” sin tilde en nuestro blog o preferimos seguir haciéndolo como hasta ahora para que no parezca que formamos parte de ese sector de población que, por la razón que sea, desconoce la grave diferencia que hay entre colocar o no esa dichosa tilde. Personalmente, prefiero dejar las cosas como están porque no tengo por costumbre hacer caso a tonterías, pero me preocupa que ni la propia Academia sepa dónde está exactamente el límite. Todas las esdrújulas se acentúan, ¿por qué no suprimir esa regla? Mucha gente escribe dos puntos suspensivos en lugar de tres, ¿por qué no aprobamos eso también? ¿El espacio que debe suceder a la coma? ¡A la basura! Si la RAE continúa tolerando gilipolleces, ¿a partir de cuál exactamente comenzarán ustedes a desobedecer? Yo, si me lo permiten, me bajo aquí.
Artículo de Manuel de Lorenzo en la revista Jot Down
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En la revista Jot Down siempre encuentras artículos interesantes, éste es uno de ellos.
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